Thursday, February 09, 2006

La Poesía sí crece en el desierto (por MaryCarmen Ponce)

Era la una de la mañana del viernes 28 de enero cuando dos poetas de Claroscuro tomamos un taxi y fuimos al encuentro de Alessandra y Víctor que esperaban en un terminal de autobús. Los cuatro nos moríamos de sueño, habíamos tenido un día bastante agitado, pero ésa era la hora convenida, la hora en que debíamos partir, la hora de empezar un viaje hacia una tierra desconocida, por lo menos para tres de nosotros.

César nos esperaba en Ica a las seis de la mañana del mismo viernes, pero el chofer del bus paró tantas veces en ruta que terminamos llegando cuarenta y cinco minutos más tarde. La consigna era tomar desayuno y salir de inmediato hacia la universidad de Ica, ahí nos esperaba un grupo de chicos dispuestos a conocernos y a saber más sobre lo que está pasando en la capital respecto a la poesía.

Eran las ocho y media de la mañana cuando los cinco caminábamos por las calles de la ciudad en busca de un colectivo que nos llevara dentro de la universidad; eso, explicó Cesar, era para que no nos pidieran carné ni ningún pase especial, pues no los teníamos y esos colectivos estaban autorizados a entrar a la universidad. A esa hora el sol ya era abrasador y nosotros, limeños, no acostumbrados a tanto fuego, sentíamos que a cada paso que dábamos dejábamos en esas calles parte de nuestra vida.

El recibimiento fue igual de caluroso que nuestra caminata, pero esta vez estuvimos muy felices de sentirlo. Los chicos tocaban como tema de exposición la vida y obra de Oquendo de Amat. Cuando el grupo correspondiente culminó con su exposición, salieron Alessandra, Víctor y Eberth a compartir todo lo que sabían de este poeta, mientras yo, cámara en mano, estaba dispuesta a inmortalizar dicho encuentro.


Luego nuestro amable anfitrión, que hacía hasta lo imposible para hacernos sentir en casa, nos llevó a la Huacachina, unos de los lugares más hermosos que he conocido en el Perú y uno de los pocos lugares donde me he sentido desconectada del mundo y sus problemas. En este lugar maravilloso, Alberto Benavides, Presidente de Antares, ha hecho una biblioteca abierta a todos en una parte de su casa, que ha donado a la cultura; y aquí, en este paraíso, se iba a realizar el recital de poesía y trova al que habíamos sido invitados y en el que esperábamos cosechar corazones de iqueños y extranjeros que nos iban a escuchar.

Nuestras ganas de experimentar con los deportes que se realizan en la Huacachina se vieron asfixiadas por el inmenso calor de este oasis. Esa laguna rodeada de dunas es hermosa, pero la verdad que jamás había sentido que el sol podía quemar tanto (aún habiendo nacido en Iquitos!). En realidad, daba envidia ver a la gente haciendo sandboard, paseando en botes o pedalones, pero cada gota de sudor costaba, y yo ya empezaba a tener problemas con la deshidratación.

Como sea, para animarnos un poco y no dejarnos vencer por esos rayos solares decidimos ir a comer un cebichito. Eran las once de la mañana y cualquier lugar con techo y unas sillas a la sombra nos vendría bien. Como lo supusimos, el cebiche y el lugar nos hizo sentir más frescos pero también nos dio sueño; así que, cebiche y chelita terminados, volvimos a la biblioteca, que tiene una hermosa terraza frente a la laguna, y en sus sillones de mimbre nos quedamos dormidos Víctor, Ale y yo, mientras César le contaba a Eberth lo que tenía preparado para la noche. Luego nos despertaron y César nos llevó a almorzar. Eberth y yo tuvimos el privilegio de almorzar en el comedor universitario donde llegamos a conocer mejor a los chicos que habían estado en la universidad, quienes eran muy amables y estaban deseosos de conocer sobre nuestra poesía.

Dieron las tres de la tarde y cada minuto que pasaba, la deshidratación mellaba más en mí; así que coordinamos para ir a registrarnos al hotel, tomar un baño y descansar para estar renovados para el recital; mi pedido fue atendido, pero a pesar de eso, la renovación nunca llegó, pues no alcanzó el tiempo para descansar. Corriendo, pasamos por Ale y Víctor y volvimos a la Huacachina. El recital empezaba a las cinco y queríamos ayudar a César con detalles de último minuto, pero César ya tenía todo preparado.

Entonces, empezó el recital y alrededor de veinte jóvenes Iqueños desfilaron por lo que Alberto llamaba “el tabladillo de la biblioteca”, que estaba siendo inaugurado, ya que esa tarde lo habían terminado de levantar. Algunos de ellos recién empezaban en el arte de la poesía, otros ya tenían varios pasos dados. Uno a uno, fueron llamados por César, que era el anfitrión, subían al tabladillo y leían o recitaban sus versos, que eran recibidos cálidamente desde los asientos. Pudimos oír a Graciela Yepes, Milka Tebes, Alaín Zamudio, José Cortés, Hans Arancibia (que dejó su guitarra arriba para más tardecito), Liliana Antonio, Helmut Jerí, Raúl Rodríguez, Navale Quiroz, entre varios muchachos más. Junto con ellos subieron Pedro Favarón, un joven poeta que radica en Argentina, e Isaac Alva, un joven médico que por fin se encuentra con gente que hace lo que él ha estado haciendo calladamente por mucho tiempo: escribir.


Luego empezó el desfile de invitados de Lima y César llamó a Eberth y a mí. El utilizar guitarra y performances para nuestros poemas sorprendió a más de uno y sentimos que nuestro anhelo se había concretado, calar en el corazón de cada una de las personas que habían ido al recital.



Fue el turno entonces de Víctor Ruiz, que presentó su libro Aprendiendo a Hablar con las Sombras. Un halo de misticismo se creo alrededor de sus conversaciones con los escritores que influyeron en él.

Víctor bajó del altillo y continuó lo que muchos esperaban, la presentación del libro de Alessandra Tenorio, porta/retrato, que fue bastante elogiado por Alberto, quien tuvo a su cargo la presentación del poemario. Alberto dio la bienvenida y dijo que ese altillo era para todos los interesados en escribir poesía, fueran veteranos, jóvenes, poetas maduros o principiantes.


Alessandra había esperado a Gonzalo Málaga todo el día, pues no había podido viajar con nosotros por tener una entrevista de trabajo el mismo viernes, pero minutos antes que ella empezara con la lectura de sus poemas, Gonzalo hizo su aparición y eso esbozó una gran sonrisa en la autora de porta/retrato. Ale enterneció a todos con sus poemas personales y emotivos y puso fin al desfile de poetas.


Después vino la trova. Hans Arancibia retornó al altillo y sacó poesía de su guitarra al entonar sus hermosas canciones.


Fue seguido por Abello Cepero que removió las conciencias de los presentes con sus canciones maduras y socialmente responsables.


El show terminado, vino el pisco de honor y empezó el momento de la fraternización. Oliver Whaley, mientras tanto, repartía guaranguitos a todos los asistentes; esos arbolitos que son tan útiles para la armonía del ecosistema. Oliver los repartía como símbolo de solidaridad y para infundir conciencia ecologista y regional en los pobladores de esas tierras cálidas y necesitadas de agua.

Cuando hubo acabado todo, brindis y largas tertulias en un salón de la casa de Alberto, decidimos volver al centro de la ciudad y continuar con la parranda ahí, los cinco llegados de Lima, César, Abello, Isaac y su esposa Magaly.


Apoderados ya de la Plaza de Armas y con un pisco y un vino en la mano, la comitiva estaba dispuesta a seguir con la poesía y a intercambiar impresiones sobre el recital, cuando dos policías se nos acercaron con radio en mano pediendo un patrullero para el lugar. Ninguno de nosotros estaba fuera de sitio y menos yo, que no había probado gota alguna, mas que de agua (aunque no lo crean, pero ésa es historia de otro costal). Así que pusimos la cara más inocente del mundo y nos fuimos a los cinco minutos que nos dieron porque podíamos tomar en cualquier lugar de Ica menos en su Plaza de Armas.

Decidimos ir a la casa de César, pero a la media hora nos fuimos; el cansancio del viaje y el sueño eran mayor a nuestras ganas de seguirla, así que nos pusimos de acuerdo para encontrarnos al día siguiente, almorzar juntos y hacer un poco de turismo.

Al día siguiente, sábado, César nos llevó por la tarde a una de las famosas bodegas de Ica y mis queridos amigos tuvieron la ventaja sobre mí, de poder degustar la cachina, el pisco y el vino que se hacen en ese lugar. Sin embargo, el lugar más impresionante fue la hacienda del tío de César, donde pudimos quedarnos a ver el atardecer, cantar cuanta canción se nos ocurría o nos podían seguir Víctor y Eberth, nuestros guitarristas, y dejar pactado un próximo encuentro en el oasis de esa tierra que nos cautivó con su calidez, su amistad y sus naturales paisajes maravillosos; el oasis cultural al que fuimos a cosechar y resultamos con nuestros corazones cosechados.

MaryCarmen Ponce